28 enero 2015

Las voces del terreno: "La segunda guerra de Nené"

Hoy inauguramos esta nueva sección.  Son narraciones, testimonios de las experiencias de las personas, voluntarias y trabajadoras, que participan en los proyectos de Médicos del Mundo y están vinculadas a esta sede.

Queremos acercar con sus voces nuestra acción en el terreno, tanto si es en emergencias y proyectos de desarrollo como en los proyectos de inclusión social de las sedes de Valencia y Alicante.

Su testimonio, sus experiencias, son la evidencia de que debemos seguir denunciando la injusticia, las violaciones de derechos que sufren muchas personas en la sociedad del siglo XXI.

La primera de las colaboraciones es de Pilar Crespo, actualmente destinada como enfermera en el Holding Center en Kumala, región de Koinadugu en el norte de Sierra Leona.

Este relato se titula La Segunda Guerra de Nené y es una ventana a la realidad de la vida de los Sierraleoneses de cómo viven y sufren la epidemia de Ébola.

La segunda Guerra de Nené



Nené se inclina hacia delante y trata de quitarse el último par de guantes de latex sin rozar con la piel desnuda la parte exterior de los mismos. Tiene las manos mojadas, como si las acabara de sumergir en agua, y el pijama azul de enfermera empapado en sudor y pegado al cuerpo. Ya solo le queda un paso, solo unos minutos más; el higienista que supervisa cada uno de sus movimientos para quitarse el traje de protección biológica masculla un ok, y rocía con parsimonia sus botas con una solución de cloro al 0,5%. Una vez que las botas están desinfectadas, Nené da un paso hacia adelante y sale por fin de la zona roja. Ha estado dentro solo veinte minutos, el tiempo justo para comprobar la temperatura de Mohammed, llevarle la comida y la medicación, e intentar que se beba todo el suero oral que le prepara. Solo veinte minutos pero está agotada, son las doce del mediodía y la temperatura ya alcanza los 30 grados, debajo del traje plástico y la capucha una tiene la sensación de estar cocinándose, la doble mascarilla te dificulta coger aire profundamente y las gafas de seguridad inevitablemente se empañan, con lo que solo puedes avanzar despacio y a tientas.




Nené tiene 35 años, los ojos grandes 
Nené, Pilar y Sara de izquierda a derecha
y oscuros, y es una de las enfermeras sierra-leonesas que lucha contra el brote de ébola que golpea su país desde hace más de ocho meses. Nené combate la epidemia desde Kumala, un pueblo de calles polvorientas y casas de adobe situada en el norte de Sierra Leona, en la región de Koinadugu, el distrito más grande y más pobre de todo el país. En Kumala, el único edificio grande y de apariencia solida es la escuela de primaria. Desde hace siete meses no hay profesores ni niños, entre sus paredes  Médicos del Mundo y OXFAM  han instalado un “holding center”. 



Kumala está lejos de todas partes, pero en muchas ocasiones la gente llega tras días de camino a pie. Un “holding center” es una especie de centro de aislamiento; un primer lugar donde recibir a personas con síntomas sospechosos de ébola, y realizar los análisis que determinen la presencia o no del virus. Si el resultado es positivo las personas son transferidas lo antes posible a uno de los centros de tratamiento para ébola que la ayuda internacional ha montado en el país. Si el resultado es negativo, las personas son enviadas también lo más inmediatamente posible a sus casas, donde deberán guardar cuarentena. Permanecer en el centro de aislamiento más tiempo del necesario es peligroso, tanto para los que dan positivo, puesto que una atención precoz les ayudara a conservar la vida, como para los que dan negativo, puesto que cuanto más tiempo pasen entre las cuatro aulas de la vieja escuela mas se multiplican las posibilidades de entrar en contacto con el virus. Nené sabe que para que la gente sobreviva hay que estar muy atenta y moverse muy rápido. Así es la guerra. Esta es la segunda que vive.



La primera duró más de diez años y acabo hace trece. En aquel entonces ella estaba en sus veinti pocos y trabajaba en el hospital gubernamental de Kabala. En más de una ocasión se salvaron gracias al piloto del helicóptero que traía las medicinas y el material médico con que MSF suplió al hospital durante la guerra civil sierra leonesa, una de las más crueles de todo el continente africano. Desde el aire el piloto podía ver como los rebeldes que combatían al gobierno se iban aproximando al hospital, y cuando el aparato tomaba tierra y las enfermeras se acercaban a recoger las cajas las avisaba del peligro y ellas salían corriendo. Tenían el tiempo justo. A los pacientes que no podían caminar los tendían en rincones del hospital y los disimulaban entre trastos viejos o muebles; a los que si podían andar los sacaban de sus camas y todos corrían a esconderse en el campo de alrededor. Se tiraban en el suelo, entre la alta maleza, y permanecían quietos y callados todo el día y toda la noche, hasta que los rebeldes terminaban con el saqueo del hospital y se iban.


Nené piensa que está segunda guerra es mucho más difícil porque no puede ver a su enemigo. El ébola es como Portocolo, uno de esos guerreros invisibles y mágicos de los que la gente hablaba durante la guerra, capaces de aparecer y desaparecer a su antojo y matar por todas partes.  



Nené sabe que en esta guerra está en el bando correcto pero mucha de la gente que la rodea no lo tiene tan claro. Numerosas enfermeras o trabajadores de salud locales son rechazados por sus familias y comunidades. Los acusan de traer el ébola a sus pueblos. Los acusan de contar mentiras y dar medicinas a los pacientes solo para enfermarlos y así cobrar salarios más altos. Aunque la realidad es que tanto Nené como el resto de enfermeras del precarisimo sistema público de salud del país llevan más de siete semanas sin cobrar. El gobierno sierra leones no es muy diligente a la hora de pagar a sus funcionarios.



Nené engañó a su madre la primera semana que vino a trabajar al centro de aislamiento de Kumala. Le dijo que estaba empleada en otro lugar, pero su madre, con más de 80 años de sabiduría a la espalda, no se dejó engañar y discutieron agriamente. Hoy la discusión ya no es entre Nené y su madre sino entre Nené y su hija, Aminata, que tiene 19 años y también es enfermera. Nené está dispuesta a pelear en esta guerra pero no va a permitir que también lo haga Aminata. Durante la primera  llevó sus hijos a Freetown, la capital del país, para mantenerlos a salvo de los combates. Ahora, en esta segunda guerra contra el ébola, prohíbe a su hija Aminata trabajar como enfermera  y la mantiene a salvo lejos del hospital de Kabala. 



No es la única que entiende que acudir a un centro sanitario puede ser peligroso. El hospital de Kabala, un destartalado grupo de edificios bajos, sin agua corriente, entre los que duermen al sol los esqueletos de viejas ambulancias, está prácticamente vacío. En el servicio de pediatría hay diez camas separadas por mesillas y un solo niño. Antes del brote del ébola las camas y los niños se amontonaban unos al lado de los otros. Todas las personas que han muerto y morirán bien por el colapso del precario sistema de salud bien por tener miedo de buscar la atención sanitaria que necesitan serán víctimas no contabilizadas del ébola. Las hasta ahora 2.830  muertes confirmadas por ébola en Sierra Leona son noticia. Las más de 3600 personas que la malaria mató el año pasado en el país no. Cuando una enfermera europea expatriada enferma de ébola la noticia salta a la primera plana de todos los medios, cuando le sucede a alguna de las compañeras de Nené no. Desde que se inició la epidemia se han infectado 296 trabajadores sanitarios en Sierra Leona, alrededor de un 75%  de ellos han fallecido. Entre ellos, 11 médicos, y los médicos son un tesoro en este país. Para toda la región de Koinadugu solo hay dos.



Desde la zona de bajo riesgo, y a través de las aberturas de la pared de la escuela transformada en centro de aislamiento, Nené le pregunta a Mohammed, a gritos, si ya ha bebido el suero oral, pero su paciente no la escucha o no quiere escucharla. Los resultados de sus análisis no llegarán hasta mañana. Nené suspira y se dirige al área de vestido, donde se apilan los agobiantes trajes de protección biológica. Se pone el primer par de guantes de látex mientras el calor de la tarde perla su frente de sudor. Nené está preocupada, Mohammed no bebe y ella no puede ver a su enemigo. A mí también me preocupa, eso y que Nené es tan invisible para el mundo como el virus contra el que combate.  


Por Pilar Crespo
Trabajadora de  Médicos del Mundo
Programa Ébola Médicos del Mundo Sierra Leona


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