Estamos acostumbrados a ser zarandeados por entes abstractos. Antes fueron las plagas, las hambrunas, el castigo divino. Ahora es el FMI, los “mercados”, la mundialización.
El resultado lo vemos en la calle, en nuestra casa, no hace falta buscar en desiertos lejanos.
Se han incrementado el miedo, la desesperanza, los suicidios. La pobreza de pronto se ha hecho visible; el paro y los desahucios, se han instalado en nuestra sociedad del primer mundo que se ha vuelto frágil y vulnerable.
Si, los hay que todavía van a relajarse a Punta Cana, dejando el 4x4 aparcado en el garaje del adosado; pero son los menos.
Muchos más son los que sufren las consecuencias de las políticas despiadadas al servicio de los intereses de las corporaciones, de bancos usureros y de especuladores.
Mercados despiadados, agencias de “rating” (rateros, en traducción libre), “bonos basura”... Si, pero ¿quien aprieta los botones?
Cuando un banco fija los salarios de sus jefazos, los intereses que cobrará por demoras, por cuánto saca a subasta un piso con el que se ha quedado al no poder pagar la hipoteca su propietario, toma decisiones calculadas, midiendo una única variable: el beneficio.
Cuando una agencia de “rating” publica una valoración que contribuye a la ruina a un país lo hace con cálculo, sabiendo que así sus socios se harán con más por menos y con mejores intereses.
Nada es casual, fruto de maniobras improvisadas, de agentes atolondrados que en su ingenuidad cometen errores.
Son gentes que aquí, también a nuestro lado, se enriquecen con el abuso y la explotación y deciden día a día anteponer el beneficio (bonita palabra que significaba hacer el bien), y cerrar los ojos al dolor que en otros provocará esa decisión.
Gentes que son personas. O que lo fueron.
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