Queremos acercar con sus voces nuestra acción en el terreno, tanto si es en emergencias y proyectos de desarrollo como en los proyectos de inclusión social de las sedes de Valencia y Alicante.
Su testimonio, sus experiencias, son la evidencia de que debemos seguir denunciando la injusticia, las violaciones de derechos que sufren muchas personas en la sociedad del siglo XXI.
La primera de las colaboraciones es de Pilar Crespo, actualmente destinada como enfermera en el Holding Center en Kumala, región de Koinadugu en el norte de Sierra Leona.
Este relato se titula La Segunda Guerra de Nené y es una ventana a la realidad de la vida de los Sierraleoneses de cómo viven y sufren la epidemia de Ébola.
La segunda Guerra de Nené
Nené se inclina hacia delante y trata de quitarse el último par de guantes de latex sin rozar con la piel desnuda la parte exterior de los mismos. Tiene las manos mojadas, como si las acabara de sumergir en agua, y el pijama azul de enfermera empapado en sudor y pegado al cuerpo. Ya solo le queda un paso, solo unos minutos más; el higienista que supervisa cada uno de sus movimientos para quitarse el traje de protección biológica masculla un ok, y rocía con parsimonia sus botas con una solución de cloro al 0,5%. Una vez que las botas están desinfectadas, Nené da un paso hacia adelante y sale por fin de la zona roja. Ha estado dentro solo veinte minutos, el tiempo justo para comprobar la temperatura de Mohammed, llevarle la comida y la medicación, e intentar que se beba todo el suero oral que le prepara. Solo veinte minutos pero está agotada, son las doce del mediodía y la temperatura ya alcanza los 30 grados, debajo del traje plástico y la capucha una tiene la sensación de estar cocinándose, la doble mascarilla te dificulta coger aire profundamente y las gafas de seguridad inevitablemente se empañan, con lo que solo puedes avanzar despacio y a tientas.
Nené, Pilar y Sara de izquierda a derecha |
Kumala está lejos de todas partes, pero en muchas ocasiones
la gente llega tras días de camino a pie. Un “holding center” es una especie de
centro de aislamiento; un primer lugar donde recibir a personas con síntomas
sospechosos de ébola, y realizar los análisis que determinen la presencia o no
del virus. Si el resultado es positivo las personas son transferidas lo antes
posible a uno de los centros de tratamiento para ébola que la ayuda
internacional ha montado en el país. Si el resultado es negativo, las personas
son enviadas también lo más inmediatamente posible a sus casas, donde deberán
guardar cuarentena. Permanecer en el centro de aislamiento más tiempo del
necesario es peligroso, tanto para los que dan positivo, puesto que una
atención precoz les ayudara a conservar la vida, como para los que dan
negativo, puesto que cuanto más tiempo pasen entre las cuatro aulas de la vieja
escuela mas se multiplican las posibilidades de entrar en contacto con el
virus. Nené sabe que para que la gente sobreviva hay que estar muy atenta y
moverse muy rápido. Así es la guerra. Esta es la segunda que vive.
La primera duró más de diez años y acabo hace trece. En
aquel entonces ella estaba en sus veinti pocos y trabajaba en el hospital
gubernamental de Kabala. En más de una ocasión se salvaron gracias al piloto
del helicóptero que traía las medicinas y el material médico con que MSF suplió
al hospital durante la guerra civil sierra leonesa, una de las más crueles de
todo el continente africano. Desde el aire el piloto podía ver como los
rebeldes que combatían al gobierno se iban aproximando al hospital, y cuando el
aparato tomaba tierra y las enfermeras se acercaban a recoger las cajas las
avisaba del peligro y ellas salían corriendo. Tenían el tiempo justo. A los pacientes
que no podían caminar los tendían en rincones del hospital y los disimulaban
entre trastos viejos o muebles; a los que si podían andar los sacaban de sus
camas y todos corrían a esconderse en el campo de alrededor. Se tiraban en el
suelo, entre la alta maleza, y permanecían quietos y callados todo el día y
toda la noche, hasta que los rebeldes terminaban con el saqueo del hospital y
se iban.
Nené piensa que está segunda guerra es mucho más difícil
porque no puede ver a su enemigo. El ébola es como Portocolo, uno de
esos guerreros invisibles y mágicos de los que la gente hablaba durante la
guerra, capaces de aparecer y desaparecer a su antojo y matar por todas
partes.
Nené sabe que en esta guerra está en el bando correcto pero
mucha de la gente que la rodea no lo tiene tan claro. Numerosas enfermeras o
trabajadores de salud locales son rechazados por sus familias y comunidades.
Los acusan de traer el ébola a sus pueblos. Los acusan de contar mentiras y dar
medicinas a los pacientes solo para enfermarlos y así cobrar salarios más
altos. Aunque la realidad es que tanto Nené como el resto de enfermeras del
precarisimo sistema público de salud del país llevan más de siete semanas sin
cobrar. El gobierno sierra leones no es muy diligente a la hora de pagar a sus
funcionarios.
Nené engañó a su madre la primera semana que vino a trabajar
al centro de aislamiento de Kumala. Le dijo que estaba empleada en otro lugar,
pero su madre, con más de 80 años de sabiduría a la espalda, no se dejó engañar
y discutieron agriamente. Hoy la discusión ya no es entre Nené y su madre sino
entre Nené y su hija, Aminata, que tiene 19 años y también es enfermera. Nené está
dispuesta a pelear en esta guerra pero no va a permitir que también lo haga
Aminata. Durante la primera llevó sus
hijos a Freetown, la capital del país, para mantenerlos a salvo de los
combates. Ahora, en esta segunda guerra contra el ébola, prohíbe a su hija
Aminata trabajar como enfermera y la
mantiene a salvo lejos del hospital de Kabala.
No es la única que entiende que acudir a un centro sanitario
puede ser peligroso. El hospital de Kabala, un destartalado grupo de edificios
bajos, sin agua corriente, entre los que duermen al sol los esqueletos de
viejas ambulancias, está prácticamente vacío. En el servicio de pediatría hay
diez camas separadas por mesillas y un solo niño. Antes del brote del ébola las
camas y los niños se amontonaban unos al lado de los otros. Todas las personas
que han muerto y morirán bien por el colapso del precario sistema de salud bien
por tener miedo de buscar la atención sanitaria que necesitan serán víctimas no
contabilizadas del ébola. Las hasta ahora 2.830
muertes confirmadas por ébola en Sierra Leona son noticia. Las más de
3600 personas que la malaria mató el año pasado en el país no. Cuando una
enfermera europea expatriada enferma de ébola la noticia salta a la primera
plana de todos los medios, cuando le sucede a alguna de las compañeras de Nené
no. Desde que se inició la epidemia se han infectado 296 trabajadores
sanitarios en Sierra Leona, alrededor de un 75%
de ellos han fallecido. Entre ellos, 11 médicos, y los médicos son un
tesoro en este país. Para toda la región de Koinadugu solo hay dos.
Desde la zona de bajo riesgo, y a través de las aberturas de
la pared de la escuela transformada en centro de aislamiento, Nené le pregunta
a Mohammed, a gritos, si ya ha bebido el suero oral, pero su paciente no la
escucha o no quiere escucharla. Los resultados de sus análisis no llegarán
hasta mañana. Nené suspira y se dirige al área de vestido, donde se apilan los
agobiantes trajes de protección biológica. Se pone el primer par de guantes de látex
mientras el calor de la tarde perla su frente de sudor. Nené está preocupada,
Mohammed no bebe y ella no puede ver a su enemigo. A mí también me preocupa,
eso y que Nené es tan invisible para el mundo como el virus contra el que
combate.
Por Pilar Crespo
Trabajadora de Médicos del Mundo
Programa Ébola Médicos del Mundo Sierra Leona
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