Han sido días pródigos en imágenes impactantes de la tragedia de Japón.
La naturaleza en toda su fuerza devastadora, el caos y la destrucción, el dolor pudoroso de las víctimas...
De entre las caras de la catástrofe me quedo con ésta.
Un grupo de rescatadores presenta sus respetos -firmes, la cabeza baja- al cadaver anónimo que yace en el suelo entre ellos.
Un alto de unos segundos en la que será una amarga jornada.
Los necesarios para aferrarse a la dignidad, el único patrimonio de las víctimas.
Y que en un lección más, los japoneses nos muestran que tiene cabida en la precariedad, pese la premura en la asistencia y como activo de la actuación profesional.
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