Harmatan y humo empañan paisaje de Farekoro |
Farekoro aparece en el curso de un camino de tierra rojiza en
Koinadugu, la región norte y más pobre y aislada de Sierra Leona. Es pueblo
pequeño, de casas de adobe y palo, arroz puesto a secar sobre el suelo, hombres
fabricando ladrillos de barro bajo el calor intenso, mujeres agachadas en mil
tareas con bebes atados a sus espaldas y cabras, gallinas y niños descalzos
corriendo por todas partes. Eso es ahora, hace cuatro semanas Farekoro era un
pueblo fantasma. Un pueblo sin gente.
Vecinos de Fareko |
Positivo. Cuando llegó el resultado del análisis que le
hicieron al cuerpo de Sayo, los habitantes de Farekoro huyeron al bosque.
Tenían miedo. Quizás de la nueva y terrible enfermedad de la que todo el mundo
habla, quizás de los equipos de vigilancia de la Organización Mundial de la
Salud (OMS) que obligan a la gente a permanecer encerrados sus casas o los
envían a “holding centers” como el que Médicos del Mundo ha instalado en la escuela del
cercano pueblo de Kumala. Un “holding center” es una especie de centro de
aislamiento donde se reciben a las personas con síntomas sospechosos de ébola,
y se realizar los análisis que determinan la presencia o no del virus. Si el resultado es positivo las personas son
transferidas lo antes posible a uno de los centros de tratamiento para ébola
que la ayuda internacional ha montado en el país. Si el resultado es negativo,
las personas son enviadas también lo más inmediatamente posible a sus casas,
donde deberán guardar cuarentena.
Durante dos semanas los equipos de vigilancia epidemiológica
buscaron a las familias de Farekoro. Hablaron con la gente de aldeas vecinas,
fueron estrechando el cerco. En el bosque no se puede resistir mucho tiempo sin
ayuda, es difícil encontrar agua potable y algo de comer. Al cabo de unos días
comenzaron a llegar al centro de aislamiento de Kumala, solos o en pequeños
grupos, algunos de ellos ya estaban muy enfermos.
Jeneva Koroma fue la última en aparecer. Era 29 de diciembre
y había caminado toda la noche junto con su suegra. Alcanzaron Kumala de
madrugada, y se sentaron en torno a los restos de un fuego de una casa cercana
a la escuela. Jeneva se sentía tan débil que no podía evitar orinar allí mismo
a pesar de la presencia de curiosos. Pese a ser tan tarde, un grupo de vecinos las
había rodeado, alarmados por su presencia. La alarma era comprensible, el mes
anterior la epidemia había sacudido el propio pueblo de Kumala. Según los datos
del libro de registro del centro, unas 23 personas de Kumala enfermaron, y de
entre ellos solo hay registrados 9 supervivientes.
Jeneva y su suegra tuvieron que pasar la noche en una
habitación de emergencia, hecha de madera y tela plástica, cerca del centro.
Sin luz no hay posibilidad ninguna de garantizar que el procedimiento de
admisión de una persona sospechosa de sufrir ébola es seguro para el personal.
Jeneva Koroma fue valorada al día siguiente por el equipo de Médicos del Mundo e ingresada en
el centro. Su suegra se encontraba bien, solo había venido para acompañarla,
así que se la envío de vuelta a Farekoro con la indicación de permanecer en
cuarentena en casa.
Jeneva sufrió un aborto aquella mañana en Kumala. Dentro del
área roja del centro de aislamiento la única atención que se le pudo brindar
fue algo para dolor y suero oral. Los resultados de sus análisis llegaron al
día siguiente, en cuanto se confirmó que efectivamente si estaba infectada por
el virus fue trasladada a Bo, al centro de tratamiento de Ébola mas cercano.
Fueron siete horas de viaje en ambulancia porque afortunadamente aún estamos en
temporada seca. Cuando llegan las lluvias el camino se vuelve impracticable.
Mujer secando arroz en Fareko |
En Farekoro, los equipos de la OMS supervisaban de cerca a
las personas o familias identificadas como contactos directos de casos
positivos. Mohammed Sawanneh, el esposo de Jeneva Koroma, era uno de ellos. La
hija de ambos, Mammie, de tres años de edad, otro. Ambos tenían que permanecer
aislados. Los equipos de la OMS y otras organizaciones como Cáritas distribuyen
arroz, judías y aceite de palma suficiente para 21 días para todas las familias
en cuarentena. Sin comida lógicamente la gente no puede permanecer en casa.
Pero Mohammed es campesino y sabe que, mas allá de esos veintiún días, si no
sale de su vivienda y no prepara la tierra ahora, no habrá arroz que comer la
próxima estación.
Mammie no estaba con su padre, estaba en otra aldea al
cuidado de su tío. Mammie lloraba, el equipo de vigilancia preguntaba, y su
familia aseguraba que era normal, que el bebe lloraba porque echaba de menos a
su madre. Mammie lloró varios días seguidos antes de que el equipo local de la
OMS se decidiera a trasladarla. No fue una decisión fácil, Mammie era demasiado
pequeña para ir sola en la ambulancia,
así que hubo que ir a buscar a su padre y ambos viajaron a Kumala. A sus
tres años a Mamie le costaba mantenerse erguida sobre las rodillas de su padre.
Dentro de la escuela reconvertida en centro de aislamiento volvieron a ser
separados, para cuidar a Mammie se buscó a una superviviente. Los supervivientes
son los únicos que pueden entrar sin riesgo en la zona roja.
Mammie dio positivo y fue trasladada a Bo. Mohammed no tenia
síntomas claros así que hubo de hacerse dos pruebas con un intervalo mínimo de
48 horas entre ellas. En total, cinco días encerrado en una de las aulas de la
escuela. Cinco días sin dormir pensando en su mujer, en su hija y en el campo
que debía preparar antes de la próxima estación de lluvias. Mohammed preguntaba
a las enfermeras por Jeneva y Mammie pero nadie pudo ofrecerle entonces una
respuesta. En Kumala no hay cobertura de
teléfono ni radio. Tampoco se había instalado ningún sistema que permitiera
ofrecer información sobre la suerte de las personas que se mandan a Bo. Si
regresan es que han sobrevivido, sino no.
Jeneva en la ambulancia el día que regreso como superviviente |
Mohammed Sawanneh dio negativo y fue enviado a casa. Y el periodo de cuarentena comienza a contar
de nuevo una vez que sales de un centro de aislamiento.
Jeneva Koroma regresó a Farekoro el 17 de enero. Su hija
Mammie no. Jeneva ha tenido suerte, desde que estalló la epidemia, casi ninguna
mujer embarazada ha conseguido sobrevivir al Ébola.
Bomba de agua de Farekoro |
Farekoro significa “debajo de la piedra”. Es una referencia
topográfica pero en verdad nadie sabe muy bien donde está esa gran piedra. Es
un pueblo como tantos en la región de Koinadugu, sin luz eléctrica y calles de
polvo en temporada seca y de barro durante las lluvias. Solo tiene una pequeña
escuela de primaria pintada de azul y blanco, cerrada como todas desde que se
declaró el estado de emergencia hace siete meses, y una bomba de agua, fruto de
algún proyecto de cooperación, en medio de la calle principal. La unidad de
salud mas cercana está a varias horas de camino a pie, en Kumala, y es solo una
casa pequeña y oscura, de dos pequeñas habitaciones, sin agua corriente, sin
luz, con una cama plástica y una jofaina para los partos. Lo atiende una
asistente sanitario de muy baja cualificación. Para encontrar personal
sanitario algo mas formado hay que viajar más lejos, a alguna otra unidad de
salud un poco mas grande.
Unidad de Salud de Kumala, sala de partos |
El hospital mas cercano es Kabala, a unas cuatro horas en coche si la carretera lo
permite. El hospital de Kabala es un destartalado grupo de edificios bajos,
también sin agua corriente, y con solo dos médicos, mas dedicados a la gestión
que a la atención de pacientes. Más allá de los aspectos culturales, en la
región de Koinadugu, la única “medicina” accesible para la inmensa
mayoría de la población sigue siendo la de las hojas y hierbas naturales, la de
las parteras tradicionales y la de los “hombres mágicos”.
Mohammed Sawanneh es un hombre bajito, de rostro redondeado,
las manos siempre entrelazadas cuando habla. Dice que tiene 35 años, aunque
habitualmente en esta región la personas nunca saben su edad exacta, y solo
ofrecen una cifra aproximada calculando si son mas jóvenes o viejos que otros
vecinos. Mohammed lleva chanclas de goma, un pantalón vaquero, una cazadora
deportiva y a veces se cubre la cabeza sin pelo con un sucio gorro de lana. Es
el hombre de la casa, y además, después de más de un mes de supervisión
epidemiológica, está acostumbrado a las visitas de extraños, así que es el
primero que sale a recibirnos.
Jeneva y su esposo Mohamed |
Jeneva Koroma tiene 25 años pero parece mucho mas joven. Es
delgada, de facciones elegantes, la mirada fija e imperturbable. Lleva una
camiseta de licra amarilla, una tela tradicional como falda y un trozo de esa
misma tela en la cabeza, como todas las mujeres de su pueblo. Jeneva se
mantiene en un segundo plano. Solo habla si le preguntan, y es breve al
contestar.
Mohammed y Jeneva siempre responden lo mismo. Preguntemos lo
que le preguntemos dicen que están agradecidos, que tanto en el centro de
aislamiento de Kumala como en el hospital de Bo les cuidaron muy bien, que allí
les dieron de comer y de beber, que están muy contentos con los médicos y las
enfermeras que los atendieron. Responden eso cuando les preguntamos por el
tiempo que pasaron escondidos en el bosque, responden eso mismo cuando les
preguntamos por la muerte de Sayo Jalloh y si saben en que momento pudo
contagiarse Jeneva. Para Mohammed y Jeneva muchas de nuestras preguntas no
tienen mucho sentido. El ébola no es algo muy diferente a lo que ya conocen.
Aquí, en Farekoro, la gente enferma y muere todo el tiempo.
Niños de Farekoro |
Después de la pérdida del hijo que estaban esperando y de la
muerte de la pequeña Mammie, al matrimonio Sawanneh no le queda ningún hijo. Le
preguntó a Jeneva a que edad se casó y me responde que a los quince años; le pregunto entonces por otros hijos
anteriores en estos diez años de matrimonio y no responde, solo dirige la
mirada fija e imperturbable al horizonte. No sigo preguntando. Sierra Leona es
el país con la tasa de mortalidad infantil mas alta del mundo. Según datos
oficiales del Banco Mundial, entre los años 2012-2014 de
cada 1000 nacidos vivos en el país, 107 mueren antes de un año. La tasa de
mortalidad materna también fue la mas alta del mundo en el 2013. Dentro de
Sierra Leona, Koinadugu sigue siendo una de las regiones mas pobres. Son los
últimos de los últimos. En Farekoro, desde que Sayo Jalloh enfermó, en la
amplia familia de Mohammed y Jeneva cinco niños, incluida Mammie, han muerto a
causa del ébola. Cinco muertes más en un ranking terrible. Por el momento, no
se dispone ni de vacuna ni cura para el ébola, pero las principales
enfermedades que matan a menores de un año todos los días en Sierra Leona si
que son de fácil tratamiento.
Hoy* acababa el periodo de cuarentena que debía guardar
Mohammed, y él es el último vecino de Farekoro bajo supervisión. Por el
momento, no se ha identificado ningún nuevo caso de ébola en todo el municipio.
La sensación es de progresivo control de la epidemia, pero los expertos son muy
conscientes de que lo habitual en estos casos no es una continua y regular
línea descendente, y que antes de que acabe del todo puede haber varios saltos
de nuevo hacia arriba. Así que todavía habrá que esperar varios meses para que los equipos de la OMS puedan suspender la
vigilancia epidemiológica en la región.
Se nos han acabado las preguntas. A nosotros, personal de Médicos del Mundo, y a los periodistas que hemos venido a acompañar para que conozcan y cuenten
la historia de Mohammed y Jeneva. Nos despedimos: agitamos la mano y les
decimos que se cuiden.
Jeneva y su esposo Mohamed |
Es entonces cuando Jeneva, de repente y por propia
iniciativa, desde el porche de su humilde casa, parece preguntarnos algo, y
Mohammed y otros familiares la secundan.
El traductor nos explica que efectivamente es una pregunta, y que nos está preguntando si vamos a enviarles algo.
–
¿Enviarles algo?, nos interrogamos.
– Si, pregunta que si después de que os vayáis
vais a mandarles algo porque ellos aquí no tienen nada, aclara el traductor.
La pregunta, incómoda, queda suspendida en el aire, junto con
las briznas de hierba carbonizadas que bailan en el ambiente.
No hay respuesta coherente posible.
Ese “nada” es, entre otras cosas, no tener acceso a un
sistema de salud. Y esa petición de “algo”, que podría ser muchas cosas, está
evidentemente generada por un nivel de atención que hasta ahora desconocían
pero que aprecian.La pregunta de Jeneva hace saltar otras en la cabeza:
¿Porqué el ébola sí ha sido capaz de provocar una respuesta
sanitaria coordinada a nivel internacional, y no es ese el caso de otras muchas
enfermedades que también matan a los sierra leoneses todos los días?
Jeneva |
Enfrente de la casa de la familia Sawanneh, todos, ellos y
nosotros, callamos por un momento, hasta que los periodistas, para romper ese
larguísimo silencio, le responden que si, que al menos les mandaran parte de
las fotos que les han hecho, aun cuando todos somos conscientes de que ni
siquiera eso es muy probable.
Mohammed parece contento con la respuesta. Jeneva no dice
nada, y solo nos mira con esa impenetrable mirada suya.
*Escrito a fecha de 31 de enero
Por Pilar Crespo
Trabajadora de Médicos del Mundo
Programa Ébola Médicos del Mundo Sierra Leona
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